“Pejelandia”, el país de los muertos

Al Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador la catrina le “pela los dientes”; él solito se ha encargado de matar la democracia, las instituciones, la unidad y sobre sus hombros recaen cientos de miles de muertos a consecuencia del mal manejo de su gobierno.

Dice Octavio Paz en su libro “El Laberinto de la Soledad” que “hay que morir como se vive”, y en México se muere a causa de la incompetencia e indiferencia del actual gobierno.

¡Qué negro futuro nos espera! Así vivimos, sufriendo por el mal manejo de la pandemia, por el nulo combate al crimen organizado y con un mandatario que se vuelve dictador, que se siente mesías, un santo, un iluminado.

El mexicano le cantaba a la muerte, se burlaba de ella y al mismo tiempo la enamoraba; hoy todo es diferente, la huesuda se ha llevado con su guadaña familias completas, niños, mujeres y hombres han perdido la vida por el COVID-19, no paran los muertos por ejecuciones y muchos pequeños han fallecido por la falta de medicinas para su tratamiento oncológico.

Los ciudadanos ya no quieren la visita de la catrina en su casa, ya no quieren llorar por otro ser amado.

Andrés Manuel López Obrador realizó en Palacio Nacional una ofrenda de costumbres, donde altivo, indiferente y sin usar cubrebocas, dijo que habrá tres días de luto nacional, dedicados a recordar a los difuntos por la pandemia del covid-19.

Sin tantita pena, pidió “a los dioses y a la naturaleza el descanso de los difuntos, la resignación y la tranquilidad de las familias”.

Debió pedir perdón a los más de 90 mil muertos (más lo que se acumule) por la ineficacia de su sistema de salud, por los malos insumos médicos que adquirió, por el poco apoyo a médicos y por la falta de respeto y empatía al no usar cubrebocas.

El poeta mexicano Amado Nervo en su obra literaria dice: “Qué bien están los muertos, ya sin calor ni frío, ya sin tedio ni hastío”.

Que descansen en paz y que sus familias encuentren consuelo, porque en este gobierno poco se valora la vida humana y no hay empatía con el que sufre; pero recuerde señor Presidente que hay algo que sí es seguro, “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante”.